Cada vez que alguien muere y se nos adelanta a mejor vida, como suelen decir, se me viene a la cabeza la pregunta ¿A donde vamos? Cada vez que, ante nuestros ojos, se desvanece la vida no podemos hacer más que darnos cuenta de la fragilidad que tiene la vida. Somos máquinas perfectas diseñadas, como dice la Biblia, a imagen y semejanza de Dios. Pero eso dice la Biblia y la biblia fue escrita por gente casi tan humana o aun más humana que cualquiera de nosotros. Se trata de un texto inspirado, pero, a final de cuentas, la escribieron seres humanos como tú o como yo.
Muchos de ustedes se estarán preguntando, ¿será católico, cristiano, quizás protestante? O, tal vez, solo ateo. Soy católico, pero no de esos católicos cuadrados que no entienden razones y que pelean con el resto de la humanidad por x o y razón. Me ha tomado mucho tiempo entender cómo funcionan muchas cosas, entre estas la Iglesia como una entidad o una embajada representante de Dios en la tierra. Además, no puedo no tomar en cuenta que hay tantas religiones como países y embajadores en el mundo, y hay también muchísimas formas de orar, rezar, meditar, de acuerdo al dios que rija ideales y pensamientos…
La pregunta sigue siendo la misma: ¿A dónde vamos? Me pregunto esto por una simple razón: porque veo en cada niño una mirada llena de preguntas y, en cada viejo, una mirada llena de respuestas que, a su vez, llevan a más preguntas. Conforme se acerca la muerte, mucha gente se va dando cuenta de todo el tiempo que perdió procurando ser buen católico y se olvidó de todo el tiempo que pasó ignorando al vecino en problemas, al hijo en dificultades, a la madre sola, al padre viudo, al hijo huérfano. Estamos tan embobados con estar bien con Dios que nos olvidamos que, para poder estar bien con Él, hay que estar bien con el prójimo. ¿O es que no fue el mismo Dios que dijo “ámense los unos a los otros como yo los he amado?” Entonces, ¿por qué alguien no me puede responder por qué juzgamos al vecino o discriminamos a quien piensa diferente? Menospreciamos al que es diferente y hasta nos burlamos. ¿Es que acaso la iglesia no promulga la tolerancia como parte de ser buen católico? ¿No es parte de la religión la misericordia que tanto predica? ¿Por qué es tan difícil practicar lo que se predica? ¿No es eso ser coherente?
Si nos preguntamos a dónde vamos, ¿pensamos en más cosas de las que deberíamos? Conforme ha pasado la vida, ¿la gente empezó a hacerse más preguntas o preguntas diferentes? ¿O es que conforme ha pasado el tiempo empezamos a darnos cuenta que todo aquello que nos dicen del cielo o el infierno simplemente se desvanece, se hace humo? ¿O es que, de pronto, la idea del cielo y del infierno ya no significa nada? Y, respecto a esto, ¿cuando la gente muere a dónde va? Sí, entiendo que la respuesta más simple es a un mejor lugar, pero ¿y eso dónde es? ¿Dónde queda? ¿El alma va a algún lado? ¿Acaso el alma existe? Si el cuerpo se queda vacío cuando morimos, ¿qué pasa con la conciencia? ¿Con el cerebro? ¿Con los recuerdos? Y los fantasmas, ¿existen? ¿Las almas en pena? O, simplemente, cuando morimos no vamos a ningún lado… Solamente nos desvanecemos y se nos acaba la vida como un par de pilas de algún aparato electrónico. ¿Cuando llega el momento de morir nos vamos o nos hacemos eternos? ¿Cuando morimos llega el momento de la vida eterna? ¿Qué vida si la vida es la que estamos dejando atrás junto con nuestros restos mortales? Es impresionante, pero la idea de a dónde vamos nos genera tantas preguntas como respuestas.
Y al final, usted, amigo lector, ¿sabe a dónde vamos? Yo todavía no lo sé.
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